Eres más que una negra cabellera que acaricio
y un disuelto racimo de uva
tinto que peina mi mano.
De mis ojos enamorados a nada perteneces.
Las
abiertas ventanas no seducen con su vista
como tu panorama de vivos peces
rojos,
el celeste techo parece una red deshabitada
a tus ojos de tejido y
universo donde la luz juega cada mañana.
¡Amor mío!
Nada se parece a
ti desde mis ojos,
todo lo natural se resume en tu alegre estructura,
la
corteza del canelo madura en tu piel de rebose.
El acorralado mar legó sus
venas de espuma submarina,
sumergiendo sus níveos en tu saliva.
Algo
en ti dejaron los pájaros en su velo de sueño
y el durazno regó una gota
firme por tus pestañas,
la lluvia honrosa vistió tu ropa del azul cristal
y el colmillo elefante se adosó a tus marfiles.
Esta palabra esgrime
en su punta la permanencia de llamarte amor.
No es sílaba fugaz de una
fugitiva nova,
es grito eterno de evo como luz de luna atrevida
que roza
mis vértices de aldea
y mi abierto corazón late con tus caderas.
Nocturna
amapola, aprietas tu jugo de opio
y vuela la onírica nube mi boca
anhelante.
Nada se parece a tus olores...
Porque mi corazón conoce los
aromas de tu cabello
y mi salvaje alma te condecoró con honores.
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